Hace muchos años, en un reino muy lejano, vivía un joven
muy pobre. Era sastre. Pero casi nunca trabajaba porque nadie le hacía
ningún encargo. Como le sobraba tanto tiempo, siempre estaba con
sus fantasías, pensaba y pensaba las hazañas más extraordinarias.
Estaba seguro de que algún día iba a ser famoso y rico.
Un día
de esos de verano en que hace tanto calor, estaba en su taller soñando,
como siempre. Unas moscas muy pesadas habían entrado por la ventana
y se pasaban el rato zumbando y molestando a nuestro joven sastre. Se le
posaban en la nariz, en las manos, en las orejas. En fin, que le estaban
dando la lata. El joven estaba tan harto de las moscas que empezó
a perseguirlas por todo el taller y a echarlas hacia la ventana. Pero nada,
que las moscas no se iban. Estaba tan enfadado que cogió un trapo
que tenía por allí, y aprovechando que las moscas se habían
posado sobre una mesa, les sacudió un buen golpe. Con tanta fortuna,
que siete de ellas quedaron muertas sobre la mesa.
Entonces,
el joven sastre se sentó y empezó a soñar que, en
realidad, había luchado contra siete feroces guerreros y que los
había vencido a los siete. Y de tanto pensarlo, llegó a creer
que era verdad. Se sentía como el más valiente de los caballeros
del reino. Y como era sastre, pues se hizo una camisa muy bonita con un
letrero en el pecho, en el que ponía «MATÉ SIETE DE
UN GOLPE».
Y, con la
camisa puesta, salió por toda la ciudad. La gente, que leía
lo que ponía en la camisa del sastre, pensaba que había matado
a siete guerreros y el sastre decía que sí que había
matado a «siete de un golpe». El sastre se hizo muy famoso
y en todo el reino se hablaba del Sastrecillo Valiente que había
matado a siete de un golpe.
Por aquellos
días, el Rey lo estaba pasando muy mal, porque dos gigantes muy
crueles estaban a la puerta de su palacio y querían quitarle sus
riquezas y su reino. El Rey buscaba a alguien que quisiera ayudarle. Entonces,
alguien le habló del Sastrecillo Valiente y mandó a buscarlo.
Por eso,
un día, aparecieron por el taller del sastre unos enviados del Rey
y le pidieron que fuera a palacio a ayudar al Rey y a derrotar a los gigantes.
El sastre
se asustó mucho y se arrepintió de haber sido tan soñador
y de haberse metido en ese lío. Pero como no quería que nadie
le llamara mentiroso y se riera de él, aceptó y se fue a
luchar contra los gigantes.
Y llegó
cerca del palacio llenito de miedo. En el bosque que rodeaba el palacio
vio a los dos gigantes que estaban sentados a la sombra. Temblando y sin
hacer ruido, se subió a un árbol para que los dos gigantes
no le vieran. Como hacía mucho calor, los dos gigantes se quedaron
dormidos. Entonces, el sastre tiró una piedra que golpeó
a uno de los gigantes en la nariz. El gigante se despertó enfadadísimo
y dolorido. Creyó que había sido el otro gigante el que le
había dado la pedrada y le dio dos puñetazos bien fuertes.
Cuando los
gigantes volvieron a quedarse dormidos, el Sastrecillo Valiente, tiró
una piedra al otro gigante le dio en los dientes. El gigante se despertó
hecho una fiera y pegó una patada al otro. Los dos gigantes se liaron
a puñetazos, patadas y mordiscos.
Estuvieron
peleando más de dos horas. Hasta que al fin, agotados, quedaron
tumbados en el suelo sin poder moverse. El sastre echó a correr
hacia palacio, gritando: Venid, venid! ¡corred! He peleado con los
gigantes y los he vencido! ¡Venid a sujetarlos!
Los soldados
del Rey fueron en busca de los gigantes sin creer lo que el sastre decía.
Pero cuando llegaron vieron a los dos gigantes tumbados en el suelo. Los
ataron con muchas cuerdas y cadenas y, con unos cables, los arrastraron
y los metieron en los calabozos.
El Rey, muy contento
y muy agradecido, regaló muchas riquezas al Sastrecillo que se convirtió
en un señor muy poderoso. Y, además, la Princesa se casó
algunos años después con el famoso Sastrecillo Valiente.
No es, realmente fácil hacerse una idea de la riqueza de los procesos mentales inconscientes que en nuestro pensamiento existen y demandan una expresión, ni tampoco de la habilidad que la elaboración despliega para matar siete moscas de una vez, como el sastre del cuento, hallando formas expresivas de múltiples sentidos.
Sigmund Freud, Psicología de los procesos oníricos.
Sigmund Freud, Psicología de los procesos oníricos.
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