Era
invierno y los puercoespines, aislados cada uno en su rincón, tenían
frío. Transcurrieron unos días, hasta que se les ocurrió que una
buena forma de calentarse, sería apretarse unos contra otros. Al
acercarse, sintieron un agudo dolor, por las heridas que se producían
unos a otros con sus púas, y volvieron a alejarse.
Al
poco tiempo, el frío se tornó insoportable, y volvieron a buscar el
calor de los cuerpos amigos. Los pinchazos, les recordaron, que,
tratándose de puercoespines, el exceso de cercanía era peligroso.
Decididos, sin embargo, a no dejarse vencer en su lucha contra el
frío, se alejaron y se acercaron varias veces, hasta que alcanzaron
una distancia óptima, que les permitió estar calentitos, pero sin
lastimarse.
“Conforme al testimonio del psicoanálisis, casi todas las relaciones afectivas íntimas de alguna duración entre dos personas – el matrimonio, la amistad, el amor paterno y filial – dejan un depósito de sentimientos hostiles, que precisa, para escapar de la percepción, del proceso de la represión. Este fenómeno se nos muestra más claramente cuando vemos a dos asociados pelearse de continuo o al subordinado murmurar sin cesar contra su superior. El mismo hecho se produce cuando los hombres se reúnen para formar conjuntos más amplios. Siempre que dos familias se unen por un matrimonio, cada una de ellas se considera mejor y más distinguida que la otra. Dos ciudades vecinas serán siempre rivales, y el más insignificante cantón mirará con desprecio a los cantones limítrofes. Los grupos étnicos afines se repelen recíprocamente; el alemán del Sur no puede aguantar al del Norte; el inglés habla despectivamente del escocés y el español desprecia al portugués. La aversión se hace más difícil de dominar cuanto mayores son las diferencias y, de este modo, hemos cesado ya de extrañar la que los galos experimentan por los germanos, los arios por los semitas y los blancos por los hombres de color.
Cuando
la ambivalencia se dirige contra personas amadas, decimos que se
trata de una ambivalencia afectiva, y nos explicamos el caso,
probablemente de un modo demasiado racionalista, por los numerosos
pretextos que las relaciones muy íntimas ofrecen para el nacimiento
de conflictos de intereses. En los sentimientos de repulsión y de
aversión que surgen sin disfraz alguno contra personas extrañas,
con las cuales nos hallamos en contacto, podemos ver la expresión de
un narcisismo que tiende a afirmarse y se conduce como si la menor
desviación de
sus propiedades y particularidades individuales implicase una crítica
de las mismas y una invitación a modificarlas. Lo que no sabemos es
por qué se enlaza tan grande sensibilidad a estos detalles de la
diferenciación. En cambio, es innegable que esta conducta de los
hombres revela una disposición al odio y una agresividad, a las
cuales podemos atribuir un carácter elemental.” Sigmund
Freud
Laura
López psicóloga-psicoanalista
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